Paraguay, una terrible guerra en Latinoamérica (2)

En la crónica anterior finalicé con la opinión de algunos historiadores sobre la guerra de La Triple Alianza contra Paraguay. Obviamente que una página histórica de esa magnitud, mojada con la sangre de miles de seres humanos de todas las edades, siempre genera opiniones diferentes, y por eso rindiendo culto a la objetividad es necesario decir que otros historiadores de los países envueltos en ese conflicto tan violento opinan diferente a los anteriores.

Dentro del archipiélago de versiones emanadas de la guerra en cuestión no se puede dejar de mencionar la obra del paraguayo Juan Crisóstomo Centurión Martínez, especialmente porque él fue un participante de primera línea en la misma, tanto planificando aspectos tácticos y estratégicos como combatiendo.

Su personalidad altiva y sus frecuentes contradicciones con otros jefes militares paraguayos no le estorbaron para escribir textos sobre las interioridades del pasado de su país, con énfasis en la susodicha guerra. La veracidad de sus comentarios ha sido comprobada a través del tiempo. (Memorias históricas sobre la guerra del Paraguay. Juan Crisóstomo Centurión Martínez).

Centurión Martínez estuvo al lado del presidente Solano López cuando este fue muerto en combate en el Cerro Corá, el primero de marzo de 1870, a los 42 años de edad. Fue gravemente herido y conducido preso a Río de Janeiro, entonces la capital de Brasil, donde se le sometió a un juicio marcial.

Los efectos destructivos de esa guerra para el Paraguay no sólo fueron las pérdidas de varias zonas de su territorio, sino principalmente por los miles de muertos y heridos que tuvo, así como por la fuerte migración de muchos de sus habitantes.

Algunos investigadores han calculado que la población paraguaya fue de una u otra manera devastada entre un 50% y un 70%. Eso permite tener una visión más que aproximada de lo que allí ocurrió. El triunfo de la Triple Alianza, incluido el toque de clarines, resultó ser en términos históricos una infamia y no una gloria.

Dicho lo anterior al margen de las diferencias que a través del tiempo han tenido antropólogos, geógrafos y etnógrafos como Félix de Azara, Jorge Thompson, Gabriel Carrasco, Jan Kleinpenning, John Hoyt Williams o Vera Blinn Reber con relación a la población del Paraguay antes y después de los hechos catastróficos que sufrió ese país.

Los registros históricos de dicha guerra contienen informaciones tan reveladoras como que en los últimos doce meses de enfrentamiento el ejército paraguayo se componía en gran parte de combatientes que cubrían un arco con edades entre 10 y 70 años, porque ya quedaban muy pocos hombres en aptitud de tomar las armas. Ese país terminó derrotado por la superioridad numérica y de armamentos de los tres vecinos que se unieron en su contra.

Los ecos de la más grande tragedia en esa parte de América Latina en el siglo XIX han llegado hasta el presente no sólo por ensayos de historia, sino también por opiniones de literatos y pensadores de diversas tendencias y nacionalidades, tal y como reseñaré más adelante, en el desarrollo de esta breve serie sobre ese tema.

América como ensayo

Tal vez por hechos tan dramáticos como los que ocurrieron en la guerra de la Triple Alianza, también llamada Guerra Grande, fue que el erudito colombiano Germán Arciniegas publicó un conciso texto titulado América es un ensayo, en el cual plantea que: “De todos los personajes que han entrado a la escena en el teatro de las ideas universales, ninguno tan inesperado ni tan extraño como América…” (América Ladina.P.331. Fondo de Cultura Económica, 1993).

Después de 154 años de finalizar esa guerra de exterminio (y no es una hipérbole) el humo de su fuego se observa en la actitud de los paraguayos, tal y como se comprueba, por ejemplo, en el florilegio de sus textos de historia, sociología, filosofía y literatura en general.

Paraguay no pudo organizar una defensa estratégica a profundidad por imperativos de su propia realidad, especialmente por su geografía cercada en el este y el oeste por sus dos principales rivales de entonces; su escaso equipamiento militar y la poca preparación bélica de la mayoría de sus combatientes.

Esa situación de falencia castrense se mantuvo desde el primer reclutamiento o leva que se hizo de casi noventa mil hombres en edades comprendidas entre 15 y 50 años, hasta el tramo final de la guerra, cuando el presidente Francisco Solano López decretó que a partir de los 12 años cada varón de su país era adulto y en consecuencia apto para tomar las armas.