POR FELIX REYES
En mi anterior escrito para este medio digital, titulado “El remordimiento del comprador”, hice referencia a la importancia de que quienes nos oponemos a la política de la presente administración de Donald Trump evitemos insistir en identificar como culpables de la presente situación a los seguidores de este.
La razón por la que sostengo que no es conveniente enrostrar culpas a quienes han apoyado al presidente Trump radica en que si hacemos esto estaremos contribuyendo a que estas personas persistan en esas actitudes.
Y es que, como ha sido estudiado en el campo de la psicología social, bajo el concepto de disonancia cognitiva, es natural que las personas eviten reconocer que estaban equivocadas, prefiriendo rechazar información sobre hechos que contradicen sus creencias y la impertinencia de sus decisiones, aunque esos hechos sean contundentes y racionalmente innegables.
Esto obedece a que es natural que nos percibamos como personas informadas y sensatas, que tomamos decisiones racionales, convenientes tanto a nosotros como individuos, a nuestras familias y a nuestros países.
De esta percepción depende en gran medida nuestra autoestima; por lo que reconocer que estábamos equivocados opera en sentido contrario.
A diario encontramos ejemplos de situaciones de personas que apoyaron a Donald Trump, que hoy no reconocen su error e intentan justificarse, aunque los hechos les muestran que no fue una decisión sabia.
Un ejemplo de estas situaciones la encontramos en el caso de un ciudadano norteamericano quien apoyó a Trump y ve, con impotencia, cómo su esposa, de nacionalidad peruana, ha estado detenida para deportación durante varias semanas, a pesar de lo cual declara que no se arrepiente de haber apoyado a quien ha causado este grave trastorno en su vida.
Otros casos que ocurren a diario son los de personas con status legal (ciudadanos por nacimiento o naturalización , residentes y hasta turistas con visas de paseo simpatizantes de las políticas de Trump) que son molestados frecuentemente por agentes de migración por el hecho de tener rasgos físicos de latinoamericanos.
En el caso de las personas descendientes de latinoamericanos, cuyo status es el de ciudadano por naturalización o nacimiento, el hecho de que sean molestados inquiriéndoles sobre sus documentos de identidad es un indicador de que se les trata como ciudadanos de segunda clase, pues no se da esta situación cuando la persona tiene rasgos asociados con descendencia de personas europeas.
Otra caso es el de ciertos intelectuales y comunicadores que apoyaron explícitamente a Donald Trump y hoy, ante la contundencia de los efectos negativos de sus políticas, no encuentran la forma de justificar el desatino cometido, por lo que recurren a falacias de diferentes tipos.
En particular, me llama la atención el hecho de que algunos economistas se pasaron décadas defendiendo las bondades de las políticas de libre mercado y hoy se valen de piruetas verbales para justificar la política de aranceles de la presente administración norteamericana, cuando estas últimas son contradictorias de las primeras.
En este caso, no estoy seguro de si se trata de disonancia cognitiva o ausencia de humildad intelectual.