Trump: ¿trabaja para la paz o para la guerra

Uno de los temas de política exterior más relevantes en la grandilocuente retórica del presidente Donald Trump es el relativo a la guerra ruso-ucraniana, específicamente en la dirección de que es necesario ponerle fin (a través de negociaciones cimentadas en la aceptación de los hechos consumados, conforme a su más reciente propuesta) para la recuperación de la paz en los Estados contendientes y el sosiego en Europa y el resto del mundo.

Como habrá de recordarse, desde la campaña electoral el mandatario estadounidense se comprometió a procurar un acuerdo inmediato al respecto aplicando sus dotes de “gran negociador” y apelando a sus buenas relaciones con Vladimir Putin, y nadie puede negar que, procurando materializar esa promesa, una vez asumió la presidencia de Estados Unidos situó la cuestión en un lugar prioritario de la agenda general de su gobierno.

(Antes de continuar, y sin ánimo de minar el optimismo de algunos ni tratar de echarle una pasta de jabón al sancocho, también se recuerda que las tratativas de paz en Europa no involucrarán la pacificación del resto del mundo, pues los focos de violencia en el Medio Oriente, África y Asia -Gaza, Sudán, El Congo, Yemen, Siria, Irak, etcétera- seguirán encendidos sin importar lo que decidan Estados Unidos, Rusia, Ucrania o los europeos).

El problema, por supuesto, es que aunque todavía es muy temprano para hacerle exigencias sobre su promesa o para decir que han fracasado sus esfuerzos en busca de la paz, hasta la fecha lo que Trump ha logrado pudiera ser contradictorio con esa meta y, todavía peor, la reiteración de su comportamiento despectivo y arrogante frente a gran parte del mundo (no solo ante Rusia, Ucrania y Europa) podría ser caldo de cultivo para hostilidades mediatas o futuras de mayor dimensión.