POR REY ARTURO TAVERAS
El discurso pronunciado por el presidente Luis Abinader en el cual prometió erradicar el hambre en el país en los próximos tres años, ha generado tanto esperanza como escepticismo en la sociedad dominicana.
En sus palabras, se vislumbra una ambición utópica, un sueño de mejorar la vida de millones de ciudadanos, pero con pocos detalles concretos sobre las estrategias que sustentan tan ambiciosas metas.
Si bien la propuesta de reducir la pobreza al 15% para el 2028 es un objetivo loable, el camino hacia esta meta se encuentra plagado de interrogantes y desafíos.
Según datos del Banco Central, la canasta básica en la República Dominicana alcanzó los RD$45,057.57 en abril de 2024, lo que refleja un aumento en los costos de los bienes esenciales.
Frente a esto, el salario mínimo se mantiene en RD$19,352.50, lo que no solo es insuficiente para cubrir las necesidades básicas, sino que también crea una brecha abismal entre los ingresos y el costo de la vida.
Sin embargo, a pesar de la insistencia del presidente en que se logrará erradicar el hambre, la falta de estrategias concretas para abordar los problemas estructurales de la economía, como la inflación de los productos básicos, los bajos salarios y los altos costos de los servicios, dejan en el aire la efectividad de sus promesas.
Reajuste
Para ello, se necesitaría un ajuste salarial y una reforma sustancial en los costos de los servicios esenciales, como el agua, la electricidad y los medicamentos. De lo contrario, los ciudadanos seguirán atrapados en un ciclo de pobreza que perpetúa la inseguridad alimentaria.
Es cierto que las palabras del presidente, cargadas de promesas y metas a largo plazo, buscan inspirar esperanza en un país que ha sufrido durante años la desigualdad social. No obstante, la esperanza sin acción concreta y sin una planificación detallada se convierte en un simple discurso vacío.
El hambre, esa sombra que se cierne sobre millones de dominicanos, no se erradicará con buenas intenciones, sino con políticas públicas que garanticen el acceso equitativo a los recursos y, lo más importante, la dignidad humana.