POR EMELYN HERASME
Lo que procederé a analizar a continuación no corresponde a una escena de «No mires arriba» ni a un capítulo distópico de Black Mirror. ¡Es real! Es el discurso de investidura del 47º presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en su segundo mandato. Treinta minutos de apología al imperialismo más retrógrado, encubierto bajo el gastado eslogan de Make America Great Again. Una arenga que, más allá de su absurda pomposidad, es un peligroso manifiesto de amenaza global.
La retórica trumpista resucita los vestigios más oscuros del excepcionalismo estadounidense, ignorando con deliberada perversidad las consecuencias catastróficas que sus palabras y políticas tendrán a nivel mundial. La eliminación de políticas de género y ambientales fue anunciada como un triunfo, con un cinismo escandaloso: según Trump, quienes cometan delitos ambientales ya no enfrentarán la justicia. Considerando la influencia que ejerce Estados Unidos en la región del Caribe, ¿qué implicaciones tiene esto para países caribeños, que ya se encuentran en una situación de alta vulnerabilidad frente al cambio climático? Este discurso que ignora la fragilidad de estas naciones a los desastres naturales, también expone un nivel de atraso insostenible que glorifica la negligencia climática como política de Estado.
Sin embargo, no fue solo la devastadora agenda ambiental la que marcó esta oscura ceremonia. En el escenario, franqueando al presidente, figuraban Mark Zuckerberg, Elon Musk y Jeff Bezos, encarnaciones del capitalismo voraz que enriquece a unos pocos a expensas de la mayoría. Su respaldo público a Trump ratifica su agenda reaccionaria y normaliza un sistema que enaltece la exclusión de las minorías y la explotación de los más vulnerables.